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  • Foto del escritorDaniel E. Posse

Aquí y Ahora


No entendemos que es que lo que pasa, lo sabemos pero no entendemos. Nos hicieron creer y creímos que éramos únicos, y casi invencibles, a pesar de que el mundo hace mucho tiempo se va desmoronando. Pensábamos que lo que pasaba en otro lado, no nos pasaría, hasta que esta peste nos golpeó la puerta y la cerramos, para que no entrara, pero teníamos la ventana abierta. Entonces ahí fluyó el miedo como una avalancha de mezquindades y egoísmos. La sospecha nos hizo salvajes y brotó de la piel, de las miradas, de las bocas y de los silencios. Todos eran sospechosos, todos eran los mensajeros de la muerte, y la ficción de una solidaridad abundante, se extinguió a bocanadas. Los miedos astillaron los gestos, y cerramos el alma, mostrando quienes somos de verdad, quienes fuimos siempre, más allá de una ficción que nos hacía creer civilizados. Empezamos a buscar a Dios desesperados, y quizás Dios no habita en este mundo o quizás no está disponible para nosotros en este momento. Quizás Dios esté más presente en actos de heroísmos y solidaridad, que en rezos y oraciones movidos más por el miedo que por la fe.


La peste comenzó a sacarnos las máscaras, y dejó ver de verdad nuestros rostros; dejó que la ficción de los espejos de desvaneciera, para que podamos mirarnos con la verdad, con nuestras pieles y cuerpos, llenos de egoísmos y asco. Si no fuera así quizá no se pudiera entender, porque en medio de una peste que se expande ayudada por la inconsciencia de muchos, las hordas invadan llevándose todo lo que pueden, sin pensar en los otros. Sin querer de verdad a los otros, y la infamia de los mercaderes, los hacen creer que son inmunes, hasta que sea demasiado tarde. La mayoría no piensa, solo actúa, y los gestos de solidaridad se vuelven escasos, eso se puede ver ante un simple estornudo, se puede ver en que las calles están todavía llenas, cuando el mundo grita feroz pidiendo ayuda. Se puede ver cuando los que menos tienen son los más generosos, sino no se puede concebir que barcos como arcas a la deriva ante los puertos cerrados, sean bienvenidos por los que menos tienen.


Quizás ahora los que iban por el mundo creyéndose que eran sus dueños, aún cuando la soberbia los sigue cegando, aun en el delirio de la muerte abrazando su entorno, no se permiten ver, no se permiten sentir, que solo la solidaridad los puede salvar. La solidaridad de los que a veces ellos miran con desprecio creyéndose mejores. No entienden que la peste y la muerte no distinguen de cuentas bancarias, ni de color de piel, ni de nacionalidad, ni mucho menos de razas. Nada de esas creencias nos hace inmunes.


Me pregunto, y creo que es válido hacerlo, cuando todo esto pase, cuando los que sobrevivan queden dueños de este mundo, el mundo cambiará, o seguiremos en la práctica de esas costumbres y rituales que nos llevaron en parte a esto. Habremos aprendido la lección, o simplemente lo olvidaremos, como hacemos con todo lo que no nos gusta. ¿Seguiremos siendo los mismos? ¿Cuidaremos más el mundo?, ¿Entenderemos que solo la solidaridad y la empatía por el otro nos ayudarán a ser mejores y a dejar las máscaras e intentar ser mejores de verdad? No lo sé, solo sé que en mi casa miro por la ventana mi calle todavía habitada por gente que va y viene, y se escucha detrás la televisión, contándonos lo que el mundo hace para sobrevivir en este tiempo, cuando la peste lo abraza y lo estruja.


Daniel E. Posse


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