top of page
Buscar
  • Foto del escritorDaniel E. Posse

Impresiones sobre La Paz


Llegar, después de un viaje de más de 2400 kilómetros, paso previo por la Ciudad de Santa Cruz de la Sierra, unas 5 horas entre trasbordo de avión, migración y otros menesteres. Bajar del avión cuando previamente se ha visto una telaraña de luces que se entretejen en medio de la oscuridad, que no te permite ver el paisaje, que no deja que te sumerjas en los senderos de una urbe todavía desconocida, una urbe que no entiendes demasiado. Lo único que llevas a cuestas es un carga de prejuicios y preconceptos, porque es cierto casi olvido de decirlo:”Soy Argentino” nosotros pecamos cotidianamente de llevar esa carga adonde vamos, como si fuéramos el ombligo del mundo, quizás lo somos, nada más que nuestro mundo esta construido de negaciones, de miedos y eso nos permite creer lo que no es.


Bajar del avión y una vez ahí sentir la altura como un aguijón que se clava en la frente, en la sien, sentir que todo me da vueltas, la nausea se vuelve prodiga, una sonrisa se me acerca, me pregunta como estoy, su castellano es correcto, más castizo que el mío, pero donde la amabilidad no es solo formal, es una suerte de esencia, de rasgo propio. Me toma del brazo y juntos pasamos la puerta hacia el hall central para encontrarnos con Wenceslao, ese es su nombre, quién me lleva en taxi hasta el Hotel. El dolor de cabeza continua, y ahí por primera vez me ofrecen un mate de coca, la infusión poco a poco calienta mi cuerpo y descomprime mi cabeza.


Amanecer, con una mezcla de agitación nerviosa y de aire enrarecido por la altura, abrir la ventana y una vez ahí ver la nieve eterna del Illimani, y sin que nadie me lo diga presuponer que esta montaña es el símbolo de la ciudad. Abrir y cerrar los ojos, jugar a tratar de entender como esa urbe trepa por las laderas de las montañas, construyendo un laberinto, en el que la mirada se pierde, entre asombros y silencios.


Es domingo, la ciudad duerme hasta tarde, salir a caminar y ser parte de las calles que suben y bajan, que trepan y caen. Sentir el paso lento, la respiración agitada mientras unos niños corretean al lado como si nada. La ciudad lentamente despierta, algunos comercios empiezan a abrir sus puertas. Veo gente ir a misa, me doy cuenta porque los veo entrar en la Iglesia San Francisco. Sigo en mi camino y desemboco en la Plaza Murillo, me siento, contemplo la Catedral, el Palacio Quemado, la Bandera Nacional tricolor en el centro y a los costados las banderas de los departamentos. Me acerco a dos policías, y les pregunto que significa su Bandera, uno de ellos, el más alto me responde, que el rojo simboliza la sangre derramada, el amarillo la riqueza, y el verde, las yungas y las selvas que se extienden a lo largo y ancho del territorio nacional. El otro, el más bajo, me dice: quizás algún día este allí, la bandera multicolor de los pueblos originarios. Esa frase final queda repitiéndose en mi mente hasta que veo una noticia periodística local que dice que el grueso de las tropas de seguridad nacional está integrado por los originarios.

Me pierdo en un enjambre de turistas que parlotean en idiomas desconocidos, en ruidos de cliks, de maquinas fotográficas digitales. Y una vez ahí perderme con la mirada en la puerta del Palacio Quemado, esperando si por casualidad se aparece Evo Morales. Pero no sucede, vuelvo al Hotel y me preparo para ir a la 12ª Feria Internacional del Libro de La Paz, después de todo a eso vine. Hay un aire extraño que no sólo tiene que ver con la altura, hay un fervor, una esperanza que se expande por los poros, una luminosidad que hace sentir que las cosas están cambiando, que se ha dado una vuelta de tuerca, que todo va a ser distinto, mejor.


El zigzagueo puede resultar en un mareo aún más intenso, el conductor del taxi es muy diestro, subimos, bajamos, y detrás de cada vuelta el paisaje cambia, la ciudad sufre una metamorfosis ambigua, estridente. Continuamos hacia el sur, eso me dicen, pero hasta ese instante todavía no he logrado orientarme hacia donde esta el norte. La ciudad poco a poco muestra pinceladas de ser distinta, de querer ser mejor, y es que ahí entendí que La Paz es una ciudad cosmopolita, que allí convergen las 36 nacionalidades, que componen a Bolivia. El mestizaje se vuelve rabioso, intenso, prospero. Los paceños poseen un aire que huele a estirpe fibrosa, a abolengo de la resistencia, a color sintético de todo un continente. A ganas de enarbolar las cruzas, aún más allá de los miedos, de la incertidumbre, del acoso de un caos hipotético, de costumbrismos arcaicos que subsisten de la mano de la historia. -mira yo no piensa demasiado de donde vengo, sino quién soy, lo que soy, lo que quiero ser- me repite Liliana una paceña de ojos marrones y piel cetrina. –Es que todos tenemos alguna mezcla de algo, por eso me rió cuando escucho a algunos hablar de la pertenencia a una casta en especial, como si eso les diera una situación de supuestos privilegios- Agrega Doris. Todavía recuerdo cuando una clienta entró a comprar un libro sobre Bolivia para enviar al exterior, y me pidió uno que solo contenga paisajes y no rostros, porque no quería que en el extranjero pensaran que éramos todos indios, como si nuestro país no fuera un crisol de razas- Comenta Carmen una librera con una mueca irónica. -Le temen al cambio pero se les va pasar-Añade Raúl un actor y director de teatro.

El predio de la 12ª Feria Internacional del Libro de Bolivia se abre ante mis ojos, este año está dedicada a Chile, más de 120 stands, que funcionan como un mosaico de la actividad literaria boliviana. Es ahí en ese espacio, donde se hace más evidente el rumor a cambio, la vorágine, de que porque el realismo mágico cabalga en nuestras venas como un estigma glorioso; ahí es cuando abandono mi escepticismo, mi postura de argentino, entiendo, aún a pesar de que ellos no son todavía consientes (eso creo), de que Bolivia a dejado el anonimato para ser protagonista, que ese protagonismo va más allá de los titulares de los diarios latinoamericanos.


Se palpa en las presentaciones, en el bar de la Feria, en conversaciones casuales, que el entramado de un envión que se está disparando la historia, junto a las ganas de convertirse en protagonistas, que hacen sucumbir una intelectualidad aislada, para dar lugar a un frenesí que engulle y se vuelve diáspora. No es igual a la Feria de Buenos Aires, la de La Paz todavía preserva y emana una frescura que escapa a ser solo un escaparate; tiene que ver con un contenido que huele a revolución, a cambio. Se discute sobre si Gabriel García Márquez debe quedar o no en la historia y donde están los nuevos. Sí Borges se sigue auto retroalimentando; sí Viscarra es más escuchado ahora muerto que cuando todavía cargaba con su cuerpo por los pasadizos oscuros de La Paz. Que si la capitalidad es un derecho o no lo es, que si se debe nacionalizar o no los hidrocarburos. Todo se vuelve un grito feroz que va más allá del mero intento de navegar por estanterías y voces de feria. Disfrutar del acto llano, pero ensordecedor de beber un café entre risas, entre metáforas y párrafos lanzados, en una maraña de páginas hambrientas de ser abiertas. La efigie del Che Guevara que construye y reverbera su propio mito. Homero Carvalho, que ríe mientras su “Ciudad de los Inmortales” se mimetiza en mis cinco sentidos, construyendo un percepción sincrética.


Tres días de ir a venir entre el centro de la ciudad, y los extremos habitados por nuevos amigos, que de invitación a invitación, de ceviche a ceviche, de cerveza a cerveza, me convencen que debo volver, que La Paz es la nueva tierra prometida, a pesar del laberinto del transito, de los semáforos, del mercado con sus lanzamientos de voces, con sus calles que suben y bajan, con un sur distinto pero parte, con un San Miguel voluptuoso y sutil.


Abordo el avión muy temprano y poco a poco veo desaparecer los tentáculos de la ciudad para desaparecer entre las cumbres desnudas y los nubarrones intensos. Cierro los ojos y recuerdo mis impresiones sobre La Paz, como si fueran parte de una suerte de ensoñación que me desvela, que acuna mi sueño, pero con la convicción certera de que no son las únicas, ni las verdaderas, que debo volver para tratar, si es que es posible desentrañar los pliegos de una ciudad que asombra hasta el desgano.

25 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page