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La Desnudez de la Peste

  • Foto del escritor: Daniel E. Posse
    Daniel E. Posse
  • 2 jun 2020
  • 5 Min. de lectura





En un primer instante no sabía cómo iniciar está intención, casi inútil, por lo menos eso siento para mí, que es la de escribir algo ante mi cuerpo y mi alma, que son avasallados por un ejército infame de sensaciones, de impotencias y de rabias. Quizás es por eso que escribo desde adentro, desde las vísceras, desde el alma, tratando de cubrir en el acto una desnudez, que quizá no es mía, que quizás es de todos, que quizás es parte de la peste, porque quizá todos somos parte de esta peste, que no se inició con el coronavirus COVID-19, sino que viene de atrás, desde un génesis que tiene que ver con nuestra condición de seres humanos, míseros y egoístas. Hay muchos indicios que fluyen ante mí, que me demuestran esto, pero para nombrar uno, hablaré de esa marcha que rompiendo las normas que nos protegen, niegan todo y en esa negación también se niegan a ellos mismos.


Seres que creo, que en este momento deberían tomar conciencia, de que quizá, la verdadera peste, la verdadera plaga seamos nosotros, y este nuevo virus, solo es parte de una reacción defensiva del planeta y de la naturaleza. Que quizá la naturaleza y el mundo se están defendiendo, creando anticuerpos contra una especie, que me parece que termina siendo una metáfora del cáncer, porque crece de forma desordenada, porque muta, porque hace metástasis arrasando con todo, devorando todo lo que tiene enfrente, todo lo que tiene a su paso, con una ganas incontrolables, donde parece haber fusionado los 7 pecados capitales, y otros más que todavía no aparecen en ninguna escritura sagrada. Porque peste, desnudez y humanidad son lo mismo y al mismo tiempo se devoran.


Quizás esta Pandemia no es otra cosa que una suerte de némesis, de reflejo, que quizás está unida a nuestras texturas, a nuestras esencias, y que por eso necesita de forma inevitable de nosotros para sobrevivir, para expandirse, para colonizar, para reproducirse, para matar. Y parece hasta inexorable, que su mayor aliado para multiplicarse seamos nosotros mismos. Si nosotros mismos, desde la inconsciencia, desde la irracionalidad, desde nuestros egoísmos.


Siempre creímos que éramos la especie pensante, la especie racional, la cúspide de la cadena alimentaria, la que transformaría el mundo en un paraíso, sin tener conciencia real, de que el paraíso ya lo teníamos, y lo devastamos con la idea de un progreso, que lo único que nos trajo fue miseria y destrucción. La avaricia fue despojándonos de nuestra simple condición de seres mortales, para hacernos creer que eso nos daría la inmortalidad, y entonces nos convertimos en múltiples formas de demonios, que se alimentaron de sus propios hijos, y el canibalismo reinó por siglos.


Quizás este virus, sea una forma, en la que la naturaleza nos está diciendo, que somos frágiles, que somos pequeños, que está harta de que la destruyamos, y que destruirla es parte de nuestra autodestrucción. El problema es que en ese acto suicida, también nos convertimos en genocidas de millones de seres vivos, que comparten con nosotros la generosidad de un planeta azul, cada día más descolorido por nuestra culpa.


Quizás este virus vino a darnos la señal y la evidencia, que por más que quisimos armar toda una estructura social (y lo hicimos), donde argumentamos y lo seguimos haciendo, que el color de piel, que la raza, que la cultura, que la pertenencia a un grupo religioso especifico o ideológico, que la acumulación económica, nos hace mejores que otros. Nos hace creer que somos superiores a un resto, a un resto que puede ser la mayoría, o quizás una minoría, y que esa creencia falaz de pertenecía y no pertenencia, justifica y justificó durante años, siglos, porque no decir una eternidad, que sacrificáramos a millones de seres de nuestra especie, condenándolos al olvido, al hambre, a la invisibilidad, al ostracismo, a la agonía y a la muerte. Que condenaríamos a miles de especies a una extinción, y que en ese acto programaríamos la nuestra también, solo porque nunca entendimos que eso, no es más que un ejercicio de poder estéril y egoísta.


La señal inalterable, firme, es que sin lugar a ninguna duda, esta peste nos iguala, nos muestra los frágiles que somos, lo estéril que es y son las pretensiones de sentirse parte de alguna casta superior. Porque esta peste nos recuerda, nos hace mirar y entender, que nos iguala (Lo repito una y otra vez, porque necesito escucharlo), porque hace tiempo que creímos que la muerte no nos igualaba, quizá por la ilusión, creada por los vestidos y las máscaras de los entierros, creímos que al hacer y ser parte de esas máscaras y vestidos, marcaríamos la diferencia. No entendimos que eso no era una prueba contundente de que éramos superiores. La realidad de la muerte es inexorable, porque esa muerte nos sigue igualando con un sentido abrumador. Pero también esta peste desnuda los perfiles y los lados más oscuros de nuestra animalidad, pero una animalidad que fluye desde un lugar, que nos hace salir desde la mirada, desde la piel, desde las entrañas, lo más siniestro que tenemos, no voy a decir salvaje, porque en lo salvaje existe una sensibilidad, que muchos de nosotros parece que no poseemos. (Lo animales cazan para comer, nosotros destruimos para acumular, nosotros destruimos por vanidad).


La Peste nos desnuda, no muestra quiénes somos, qué somos, qué hacemos, qué queremos, qué amamos, qué odiamos, quiénes creemos que somos. No hay Dios ni Fe, ni creencia, ni ritual que nos salve, solo terminan siendo amuletos para creer y para resguardar nuestra esperanza de que vamos a sobrevivir. No digo que esté mal creer en algo, es mas yo soy creyente, lo que digo, es que por más que nos acumulemos, nos amontonemos, nos reunamos, frente a los altares y los templos, frente a los rezos y las oraciones; si la devoción, si la fe, si la pureza de corazón no habita dentro de nosotros, todo termina siendo parte de una escenografía patética y vacía. Todo termina siendo parte de una procesión hacia la nada, y sin darnos cuenta, sin tener conciencia nos volvemos peregrinos de un suicidio inconsciente pero a la vez premeditado.


Esto no es un quizá, para mí es una certeza, que solo la empatía, la solidaridad, el grito feroz de entender que el otro, es el otro, y nos necesita, como nosotros lo necesitamos, que las grietas no sirven nada más que para sepultar cosas, que cuando proyectamos nuestros odios, justificándonos en rivalidades, en ideologismos, en argumentaciones numéricas, donde los números es lo único que importa y en esos actos, olvidamos hasta los supuestos principios de nuestras fe, entonces, no busquemos vestiduras que rasgar, no busquemos con que cubrirnos, porque la peste se siente, se huele, se contagia, se esparce. No está solamente, sino las otras, las que parecían invisibles, esas hace mucho tiempo, casi una eternidad que nos muestran desnudos, con las llagas en carne viva, con los olores de nuestros propios infiernos.


Deberíamos entender que la solidaridad, la empatía, el querernos, el aceptar las diferencias, la diversidad, es aceptar nuestra verdadera esencia como humanos.


Deberíamos entender que está desnudes no entiende de aritmética, ni de estadísticas, solo entiende de comunidad y de armonía con un planeta, que ahora nos muestra con una ferocidad violenta que ha empezado a respondernos por nuestros actos.


Pero finalmente quizás esta sea también una oportunidad para cambiar de verdad, para demostrar y demostrarnos que todavía es posible, que quizá no todo está perdido, que quizá la naturaleza y el cosmos nos están diciendo que es tiempo de vernos cuán desnudos estamos. Al final, por ahora, la peste es lo único que nos abriga, pero también la única que parece por fin abrirnos los ojos.

Quizá la desnudez de la peste, y no lo digo por las víctimas, sino por nuestros actos, sean parte de una penitencia donde el mundo busca purificarnos, para que entendamos que debemos fundar nuevos paradigmas, en los que la vida, la empatía, sean partes de una estructura que nos sostenga, para no volver a sentirnos desnudos, ni que la alternativa sea esquivar a la peste, para poder seguir estando vivos.

 
 
 

1 Comment


joseramonfirpo
Jun 11, 2020

Incongruente daniel nos muestra el reflejo en el espejo del individuo

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©2020 por Daniel E. Posse

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